Apocalipsis 21:23: "La ciudad no tiene necesidad de que el sol y la luna brillen en ella, porque la ilumina la gloria de Dios y el Cordero es su lumbrera."
Cuando era pequeño me metía bastante en peleas en el colegio, no porque fuera muy pendenciero, pero no soportaba una ofensa contra mí, contra mis hermanos, contra mis padres o contra cualquier cosa que yo considerara "mi". Un día mi padre, que entrenaba al equipo del colegio por las tardes, fue a hablar con la directora, y esta le contó la de veces que yo, pese a mis siete años de edad, ya había pasado por su despacho castigado muchas veces, y le había hecho daño a algunos niños que me insultaban a mí o a lo que yo tenía cerca. Mi padre aquel día no me regañó, pero me explicó claramente que ni él ni mi madre ni mis hermanos ni nadie necesitaban que yo los defendiera, y que cuando alguien lo necesitara, me lo pediría.
Sobre todo, mirándolo con una mirada objetiva... ¿para que iba a necesitar mi padre que yo le defendiera? Y hay dos conceptos importantes que señalar aquí. Ante este tipo de ataques, mi padre no necesitaba que lo defendiera porque por un lado, eran tan nimios para él que no le afectaban, menoscaban ni le dañaban. Por otro lado, yo no tenía ni de lejos la suficiente fuerza como para enfrentarme a un insulto como mi padre podía hacerlo. Si él era más fuerte porque iba a necesitar que yo lo defendiera. Y pienso que muchas veces nos comportamos así con Dios, salimos a pelear a veces contra quienes atacan a Dios, o quienes atacan los principios del Reino como si Dios, en su soberanía y poder necesitara que Guillermo Alías le defendiera.
Por eso debemos dedicar el esfuerzo a aquello a lo que Dios nos ha pedido que lo dediquemos, pero no porque Dios nos necesite para algo, Él puede hacer lo que quiera, cuando quiera y donde quiera. Pero no nos va a pedir que hagamos cosas que nieguen su poder, su gloria o su soberanía. Por eso no podemos juzgar, ni condenar, por eso no podemos reinar sobre nuestras vidas, por eso no podemos tener el mínimo comportamiento en el que escojamos por Dios como actuar ante un ataque o ante cualquier comportamiento por pecaminoso que sea. A veces tenemos que recordar que al lado de Dios somos niños, somos bebés, somos siervos y estamos en inferioridad para tomar decisiones. Dejémosle a Él tener toda soberanía. Amad@ lector@, Dios te bendiga.
Guille Alías - Semillas del alma
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