Hechos 12:7: "De pronto se presentó un ángel del Señor, y la cárcel se llenó de luz. El ángel tocó a Pedro en el costado, lo despertó, y le dijo: «¡Levántate en seguida!» Al instante, las cadenas cayeron de las manos de Pedro,"
Una vez, de niño, aprendí un juego de campamento que se llamaba "Robert y Monty", era un juego de estrategia en el cual cada niño tenía un rol y unas propiedades. Pero de todos ellos, el mejor rol era el de general (Robert o Monty según el equipo), que podía liberar a los prisioneros y dar vida a los que estaban muertos en el juego. Esto me recordó a que, aunque digamos que todos los hombres son iguales, realmente, dependiendo de nuestro rol y estatus, cada hombre tiene unas capacidades y atribuciones distintas. Por ejemplo, yo no puedo indultar a un preso, pero el presidente de gobierno sí. Y yo puedo bailar en público sin ser criticado socialmente, pero el presidente del gobierno no. En algunos casos un rol lleva gran responsabilidad y poder y conforme disminuye el poder, también lo hace la responsabilidad.
El poder en la Iglesia se ejerce de manera distinta, Dios da poder en función de muchas cosas, en principio da dones de una forma que podría parecer arbitraria y no lo es, y así todos asumimos nuestros roles, poderes, responsabilidades y posición social en función de ese reparto de Dios. Sin embargo, para Dios, queda claro que aunque lo que unos puedan hacer parezca más brillante que lo que puedan hacer otros, todos son iguales en el reino, su importancia es la misma para la esposa de Dios. Pero en el fondo somos como un ejército, como aquel ejército del juego de niños, donde unos hacen cosas distintas de otros y todos se complementan, donde a veces unos son tomados prisioneros y otros mueren por la causa... El ejército más grande y más convencido de su causa debiera ser el ejército del Señor.
Pero hay un general que es mejor que cualquier otro, el general de ese ejército tiene las órdenes tan claras que llevan siendo las mismas desde el principio, a veces parece que no presta atención sobre nosotros, pero de repente, en los momentos de muerte y cautiverio, es el gran general que aparece y nos libera, el gran general que da la vida por sus hombres, que ya dio la vida por sus hombres... Y el seguirá viniendo a liberarnos hasta la última liberación, cuando libre por fin a la tierra de todo pecado. Mi general no se rendirá jamás, no dará a nadie por perdido, no dejaría jamás a un soldado atrás... Por eso lo sirvo, por eso lo amo, lo respeto, lo adoro... Porque Él ya cuidaba de mí antes de que yo naciera... Amad@ lector@, Dios te bendiga.
Guille Alías - Semillas del alma